El cuidado de sí y la parresía griegos según Michel Foucault


La vida del filósofo como vía a la parresía y el cuidado de sí


Paul Michel Foucault nació en una familia acomodada de Poitiers, Francia el 15 de octubre de 1926. Hijo del cirujano y maestro de la Facultad de Medicina de la universidad local, Paul Foucault y hermano de Francine (mayor que él 15 meses)  y de Denys, quien años más tarde estudiaría medicina. En 1930 estudió a muy temprana edad con los jesuitas en el Liceo Enrique IV por no querer desapegarse de su hermana y en 1940  fue transferido al Colegio Saint.Stanislas a cargo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Más tarde cursó el quinto y sexto de bachillerato y el curso preuniversitario en el colegio de la rue Jean-Jaurès. No debemos olvidar que estudió durante la ocupación alemana y la guerra de liberación de Francia este alumno neurótico, solitario y estudioso que en 1945 se fue a vivir a París, ingresando a la Ecole Normale Superieure de la Rue d’Ulm. Ahí tuvo la gran influencia de Georges Dumézeil, Jean Hyppolite,  Georges Canguilhem, Jean Paul Sastre, Maurice Mearleu-Ponty Y Louis Althusser, con quien trabó una gran amistad y por quien se inscribió al Partido Comunista, partido cuya corriente más tarde aborreció.
No obstante, jamás logró socializar con sus compañeros, se mofaba de ellos e incluso llegó a perseguir a uno con un puñal y en otra ocasión, en 1948, intentó suicidarse, así como en los años subsiguientes de universitario, debido a una homosexualidad mal asimilada, que lo condujo a atención psiquiátrica. Curiosamente él escribió sobre sus propios problemas en su obra, ya que como él mismo dijo, cada uno de sus libros era producto de una experiencia personal propia: la Historia de la Locura, Historia de la sexualidad y al final de su vida su ética personal conquistada sobre sí mismo.[1]  
Tras matricularse en filosofía, pasó un año becado en la Fundación Thiers, donde tuvo graves problemas en el trato con sus compañeros y un malhabido romance con uno, hecho que hizo que asistiera a la Universidad de Lille para matricularse como adjunto y trabajar también en un hospital psiquiátrico haciendo encefalogramas para centros penitenciarios a cargo de Jacqueline Verdeaux, su amiga y colega. En 1955 se trasladó a la Universidad de Uppsala, Suecia, donde conoció a Georges Dumézeil y debido a que en 1958  fue a dar clases a la Universidad de Varsovia, donde tuvo una corta estadía ocasionada por la cerrazón política socialista.  Prontamente se trasladó a Hamburgo. Sus clases eran mínimas y fungía como consejero cultural del gobierno francés. Sin embargo, había estado trabajando su tesis para ser catedrático en Francia. Logra entonces colocarse en Clermont, a donde llevará como adjunto al amante que tendrá para toda su vida Daniel Defert. Más tarde, en 1966 fue a trabajar a Tunez, justo en el momento en que la violencia universitaria ahí fraguó –como sucedió en esa década en varias universidades del mundo- cautivándole y repudiando la valentía estudiantil y el fanatismo marxista respectivamente. En otoño de 1968 regresó a Francia –por intervención de Canguilhem-  a la relativamente nueva universidad de Vincennes, de cuyo departamento de Filosofía organizó y al cual se incorporó y dirigió hasta que se cansó de ese ambiente de izquierda contestatario en el que participó hasta que por fin marchó en 1970 al College de France, institución en la que permaneció de 1970 hasta su muerte en 1984, como víctima del VIH.
Según Fernando Álvarez-Uría dice que la obra de Foucault gira en torno de un compromiso con la defensa de la libertad.[2] Lo que es cierto es que este pensador, hacia el final de su vida, vio que en la postura ética antigua había una semejanza con la situación  contemporánea:
Lo que me sorprende es que en la ética griega, la gente se preocupaba más de su conducta moral, de su ética y de la relación para con ellos mismos y para con los otros que de los problemas religiosos. ¿En que nos convertimos tras la muerte? ¿Qué son los dioses? ¿Intervienen en nuestras vidas? Estas cuestiones tenían escasa importancia pues no estaban directamente ligadas a la ética. Esta no estaba tampoco vinculada tampoco a un sistema legal. Por ejemplo, las leyes contra determinadas conductas sexuales no eran ni numerosas ni muy constrictoras. Lo que interesaba a los griegos, su tema principal, era la constitución de una ética que fuese una estética de la existencia.
Pues bien, me pregunto si nuestro problema de hoy no es en cierto modo similar, dado que la mayoría de nosotros no creemos que la ética esté fundada en la religión, ni deseamos que un sistema legal intervenga en nuestra vida privada de carácter moral y personal. Los recientes movimientos de liberación tiñen dificultades para encontrar un principio sobre el cual fundar la elaboración de una nueva ética. Necesitan una ética pero únicamente encuentran una ética basada en un conocimiento pretendidamente científico de lo que es el yo, de lo que es el deseo, de lo que es el inconsciente, etc. Estoy sorprendido por esta similaridad de problemas.[3]
  

La parresía


La parresía es una palabra que, apegándose a lo dicho por Foucault y atendiendo a las observaciones hechas por Fernando Fuentes Megías y Carlos García Gual, es traducida como sinceridad  o franqueza;  etimológicamente significa “decirlo todo”, “hablar libremente” “libertad de palabra”, ya que proviene de las raíces “pan” (todo) y “rema” (lo que se dice).[4] Los latinos lo tradujeron como libertas  “[…] para referirse a la libertad de aquel que habla”.[5] Si atendemos a la definición foucaultiana, la parresía es “[…] la técnica que permite al maestro utilizar como es debido todo aquello que es eficaz para el trabajo de transformación de su discípulo”;[6] pero no sólo es técnica o el contenido de verdad, sino también es la cualidad moral (ethos) manifiesta en cuanto reglas de prudencia y habilidad (respecto a la verdad). Vaya la parresía “es una palabra que, por parte de quien la pronuncia, significa compromiso y constituye un cierto pacto entre el sujeto de enunciación y el sujeto de la conducta”.[7]
En cuanto estrategia, si comparamos a la parresía con  la ironía socrática (de la cual nos habló Kierkegaard en Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates), veremos que son contrarias, ya que lo irónico de pasada indica su idea sin desenmascararse,[8] mientras que en la parresía, según Foucault “se presupone que el hablante proporciona un relato completo y exacto de lo que tiene en su mente, de manera que quieres escuchen sean capaces de comprender exactamente lo que piensa el hablante”.[9] De hecho, para Foucault la parresía es opuesta a cualquier recurso e intención retórica que busca influenciar al escucha sin importar la opinión real del orador y buscando afectar la opinión del escucha (y esto aplica a pesar de que en Quintiliano la parresía es un recurso retórico entendido como una licencia espontánea que toma el orador para  exaltar las emociones del auditorio con una frase dicha con naturalidad).[10] Por eso la parresía es contraria a la adulación del adversario moral.
Ahora bien, dice el estructuralista francés que la parresía  tiene dos sentidos: uno peyorativo que casi significa parloteo y que alude al mal uso de decir cualquier cosa; y otro positivo en el cual siempre hay una coincidencia entre la creencia y la verdad, ya que es en la actividad verbal donde se da dicha consonancia -más que en una experiencia mental- y su veracidad es garantizada por las cualidades morales de quien la sostiene y la puede comunicar. [11] Pero no  es que el parresiastés sea todo aquel en quien la verdad y la creencia coinciden, sino es quien voluntariamente dice la verdad en una situación de peligro, de riesgo,  frente a un interlocutor más poderoso a quien puede herir por la crítica que el parresiastés hace del escucha o de sí mismo. “La parresía viene de <<abajo>>, como si dijéramos, y está dirigida hacia <<arriba>>”[12] y está ligada con el deber  y la libertad.
Un ejemplo es el caso de alguien que  con valor sostiene una opinión distinta a la de lo que la mayoría cree o lo hace frente a un tirano. Así pues,  “el parresiastés prefiere ser alguien que dice la verdad antes que un ser humano que es falso consigo mismo”.[13]  Pero también el fenómeno parresiástico, no es una acción de mera honestidad propia, sino que sucede en un ámbito de altruismo: “[…]la parresía es una actividad  verbal en la que un hablante expresa su relación personal con la verdad, y arriesga su propia vida porque reconoce el decir la verdad como  un deber para mejorar o ayudar a otras personas (y también a sí mismo)”.[14] 
Por eso es que Foucault ve en la parresía tanto un asunto político, como una cuestión filosófica, y lo constata fragmentos de la obra de Eurípides (Fenicias, Hipólito, Bacantes, Electra, Ion y Orestes), el desempeño de la política griega y la figura misma de Sócrates.[15]
Esta doble dimensión de la parresía fue problemática para la relación  polis – bíos (equivalente a Estado – ciudadano),  ya que,
La crítica explícita de los hablantes que utilizan la parresía en su sentido negativo, llegó a ser un lugar común  en el pensamiento político griego desde la guerra del Peloponeso; y surgió un debate acerca de las relaciones de la parresía con  las instituciones democráticas. El problema era, planteado en términos muy generales, el siguiente. La democracia está fundada por una politeia, una constitución, en la que el demos, el pueblo, ejerce el poder,  y en la que cada uno es igual ante la ley. Tal constitución, sin embargo, está condenada a otorgar igual lugar a todas las formas de parresía, incluso a la peor. A causa de que la parresía es otorgada incluso a los peores ciudadanos, la poderosa influencia de oradores  malos, inmorales o ignorantes puede conducir a los ciudadanos a la tiranía, o puede, en otro caso, poner en peligro la ciudad. De ahí que la parresía pueda ser peligrosa para la democracia misma. Visto así, este problema parece coherente y familiar, pero para los griegos el descubrimiento de este problema, de una antinomia necesaria entre parresía –libertad de palabra- y democracia, inauguró un largo y apasionado debate acerca de la naturaleza precisa de las peligrosas relaciones que parecían existir entre democracia, logos, libertad y verdad.[16]

Foucault de lo anterior sacó dos consecuencias: 1) que la libertad de la palabra  tenía que ver con la elección existencial, la elección de modos de vida individuales y que en su sentido negativo es nociva, pero en su sentido positivo muy fructífera; 2) que la parresía se vincula más con otra institución política: la monarquía y aquí su efecto positivo sobre el rey, depende más de las cualidades del rey que de la institución gubernamental, como lo observa a partir de la Ética Nicomaquea nuestro filósofo francés .[17]
Esta observación de Foucault nos enfrenta con el hecho de que la parresía opera mejor en contextos políticos verticalistas y que en los contextos horizontalistas, hace que éstos mismos peligren si no es bien responsablemente asumida. De ahí la necesidad de asumir una nueva forma de parresía, que es la socrática y que se caracteriza por el cuidado de sí, como señaló Sócrates en Laques 201 b4.[18]  El modelo del proceder socrático, que funciona con conversaciones personales de preguntas y respuestas, en vez del modelo sofístico de monólogos y discursos oratorio para grandes públicos, permite entender la parresía socrática, ya que en ella se da la proximidad y la pasividad del oyente socrático quien es guíado para dar a través del logos para dar razón de si mismo, de su vida actual y su pasado.[19] Por eso dice Foucault que “El papel de Sócrates, por tanto, es pedir un relato racional de la vida de una persona”.[20] Esto convierte al maestro de Platón en un basános o piedra de toque que pone a prueba la coherencia entre la vida de una persona y su principio de inteligibilidad (lógos).[21] La garantía de que Sócrates es un basános apropiado está en esa misma coherencia que él refleja entre lo que dice y hace y por eso es un mousikós anér cuya armonía ontológica entre lógos y bíos, está reflejada en el valor que él mismo mostró.[22]
Ahora bien, la práctica de la parresía filosófica es una actividad que está inserta en las relaciones humanas en tres niveles, con posibilidad de niveles intermedios: 1) la vida comunitaria (de un grupo relativamente anónimo); 2) la vida pública 3) las relaciones personales.[23] Su práctica estaba acompañada de ciertas técnicas que requerían de un cambio en el juego de la verdad justamente para decir la verdad sobre sí mismo; que necesitaban de askesis (no tanto en el sentido del ascetismo cristiano de renuncia a sí mismo y alejamiento del mundo, sino en el sentido de entrenamiento o ejercicio práctico de autoposesión y autogobierno para afrontar ética y racionalmente al mundo)[24]; y de ciertos ejercicios bien particulares y prácticos que eran leídos, releídos, meditados y aprendidos para lograr fijarse en la conducta y que, en general, pueden ser agrupados con cierta injusticia bajo la etiqueta de “examen de conciencia”.[25]
Una de estas técnicas, por cierto detectada en el pitagorismo y en Sobre la Ira de Séneca, es el examen vespertino de los errores cometidos en una jornada, no a la manera de juicio severo sobre la violación pecaminosa de un código externo, sino más bien como una revisión administrativa para comprobar si se ha hecho correcta, eficientemente el intento de coordinar reglas de conducta asimiladas y reconocidas con  la conducta real del sujeto que se autoexamina respecto a una situación específica.[26]  Otra técnica es la del examen general, la cual es extraída e De traquillitate animi de Séneca, es decir, una exploración de nuestra vida doméstica, nuestra vida pública, nuestras inquietudes sobre la muerte para explorar la firmeza, la estabilidad del ánimo que conduce a la propia conducta cuando se apega a sus principios morales y aún así experimenta insatisfacción.[27] Una tercera técnica es la del control de las representaciones, sacada de las Disertaciones de Epicteto y que “[…] consiste en saber cómo distinguir aquellas representaciones que puede controlar [las reguladas por la voluntad] de aquellas que no puede controlar [la imagen muerte, por ejemplo] y que incitan  emociones, sentimientos, etc., involuntarios”.[28] 
Por último, Foucault aclara que la práctica de tales ejercicios, aunque antes era propuesta y dirigida por un maestro,[29] hoy más bien demanda de la relación que el discípulo establece consigo mismo para realizarla y rebasa la mera autocomprensión derivada del principio general “conócete a ti mismo”, además de que está en juego la relación del sí mismo con la verdad o bien, con algunos principios racionales.[30] 

El cuidado de sí


La apenas referida autocomprensión contemplativa –muy de cariz cartesiano el su concepción actual debido a la reducción del acceso a la verdad únicamente por medio del conocimiento- , conduce a la sabiduría y con ésta, el alma puede diferenciar lo verdadero de lo falso, comportarse correctamente y reconocer lo divino que hay en uno mismo.[31] Se liga aquí directamente con la parresía.
Sin embargo, la autocomprensión  es englobada y rebasada por un concepto que también involucra a la parresía: el cuidado de sí (épiméleia/cura sui). No obstante, esta supeditación no es absoluta, pues aunque Foucault dijo que los ejercicios para la parresía rebasan la autocomprensión, esto no significa que el cuidado de sí, desplace al autoconocimiento: “Se produce un encabalgamiento dinámico, una atracción recíproca entre el conocimiento de uno mismo y el cuidado de uno mismo; ninguno de estos dos elementos debe de ser relegado en beneficio del otro”.[32]
El cuidado de sí implica, de antemano, el ocuparse de sí. A partir del Alcibíades, Foucault deduce que ocuparse de sí mismo es ocuparse del alma, no entendida substancialistamente, sino como alma-sujeto, es decir, como una irreductibilidad que se sirve del cuerpo, del lenguaje y de otros instrumentos, pero no en una absoluta relación instrumental hacia el resto del mundo; más bien el sujeto es una pasión –en el sentido accidental- singular y trascendente respecto a lo que lo rodea.[33] Obviamente que dicha práctica del de cuidado de sí va de la ignorancia a la crítica, y la instrucción es la armadura del individuo frente a los acontecimientos, los cuales están mediados por el “otro” para que el sujeto mismo alcance la relación consigo mismo, como el objetivo mismo de la vida.[34]
En fin, el cuidado de sí es un concepto de capital importancia para la historia misma de la subjetividad,[35] según nuestro estructuralista francés, ya que el Cristianismo (con la renuncia de sí) y la Modernidad  (con la obligación hacia la colectividad o la clase) reconfiguraron  esta noción en el marco general de una ética del no-egoísmo.[36]
La épiméleia se caracteriza por: 1)ser una actitud general, un modo de relación consigo mismo, los demás y el mundo; 2) por ser una forma de ver las cosas que ha sido reconvertida para desplazar las cosas externas del mundo hacia el sí mismo; 3) es una forma de actuar en la que el sujeto se transfigura (ethopoiein), vía el conocimiento útil (en el que la existencia está en cuestión) y algunas prácticas, -al igual que sucede con el parresiastés, pero aquí se trata de un ethopoios-, como lo son las de: meditación, la memorización del pasado, el examen de conciencia,  la verificación de las representaciones, el retiro, el endurecimiento (respecto al dolor), etc.[37] Este último punto, equivale a la espiritualidad, entendida ésta como la búsqueda de las condiciones que le permitan al sujeto transformarse para acceder a la verdad.  Consecuentemente la parresía acompaña a la épiméleia.
            Genealógicamente Foucault hizo un seguimiento del cuidado de sí y distinguió tres líneas evolutivas, tres momentos históricos del cuidado de sí y tres momentos en relación con el conocimiento de uno mismo.
Las líneas evolutivas son: 1) la dietética, 2) la economía y 3) la erótica. La primera apunta al cuidado general de la existencia (del cuerpo y el alma); la segunda refiere, al cuidado de uno mismo en relación con la actividad social; y la tercera, al cuidado de sí mismo respecto a la relación amorosa.[38] Estas tres líneas, denotan, según Foucault, que el cuerpo, el entorno y la casa eran los tres ámbitos de la práctica de uno mismo en aquella época.[39] Igualmente, también señala este pensador francés  que hay una triple relación del cuidado de si mismo con las acciones política, pedagógica y erótica. La relación del cuidado de sí con la política implica que el ocuparse de sí también es ocuparse de la justicia, pero con las reservas de que a pesar de que es válido, incluso deseable para todos los hombres, quienes se ocupan de sí es porque están en la capacidad cultural, económica y social de hacerlo (separación de hecho) y que la preocupación por uno mismo no es cotidiana, sino de elites morales (separación impuesta).[40] La relación con la pedagogía hace que el cuidado de sí, sea una empresa mayor que rebasa a la pedagogía misma en el sentido de que la épiméleia se da hasta en el más mínimo detalle de la vida y ocupa siempre toda la vida dado que su meta es el desarrollo de la madurez. Y ese es el  objeto de la psicagogia.[41] Cabe mencionar que por pedagogía Foucault no entiende a una ciencia práctica del proceso enseñanza-aprendizaje precisamente, sino como “la transmisión de una verdad que tiene por función dotar a un sujeto cualquiera de capacidades, de saberes que antes no poseía y que deberá poseer al final de la relación pedagógica”.[42] Así, pues: “Los jóvenes deben prepararse para la edad madura, pero los adultos deben preparase para la vejez que es el equivalente a la coronación de la vida”.[43] Finalmente, de la relación entre la erótica y el cuidado de sí, dice Foucault breve y crípticamente que “la erótica de los muchachos tenderá a desaparecer”.[44]
Los momentos históricos son del cuidado de sí, en cambio, son:
“1. El momento socrático-platónico que representa la aparición de la épiméleia en la filosofía.
2) La edad de oro del cuidado de uno mismo o de la cultural de sí mismo (siglos I y II). 3) El paso de la ascesis filosófica pagana al ascetismo cristiano (siglos IV y V)”.[45]
            Los momentos del cuidado de sí en torno al conocimiento son los siguientes: 1) Que el conocimiento de sí conduce a la filosofía, entendida como la práctica general del gobierno de sí y que se convierte a si misma en una especie de otro ficticio intermedio al sujeto y  al “uno mismo” que sirve para guiar –en cuanto principios y prácticas- a los hombres en lo que se refiere a las cosas que convienen a su naturaleza;[46] 2) Que el conocimiento de uno conduce a la política, pues quien puede gobernar es quien se puede gobernar, en el sentido del Gorgias; 3) Que el conocimiento de uno mismo conduce a la catarsis, o sea, que en la transformación de uno mismo para sí y para los otros para hallar la verdad (conversión /epístrofe /métanoia)[47] y la salvación –en su sentido helenístico de ataraxia y autarquía-, como el efecto de recobrar la libertad y la identidad, y gozar de un bienestar causado no por un evento dramático y ajeno al sujeto –más propio del cristianismo-, sino por una actividad constante y cuyo único agente es el sujeto por sí y para sí (a diferencia de la salvación platónica mediada por la ciudad).[48]

Epílogo

 
Esta es pues, la ética de Foucault, no una ética muy apegada a ser históricamente fiel a los antiguos, pero sí hermenéuticamente provechosa, pues de cara a ellos los interpretó personal y modernamente, elaborando una  valiosa e interesante propuesta contemporánea del cuidado de sí y la parresía en los linderos del estructuralismo, el posestructuralismo, la filosofía política y la antropología filosófica. Tal ética, pues, puede ser fundamental para la reflexión multicultural, especialmente si ponemos atención a la figura del parresiastés y a las técnicas del cuidado de sí, como elementos útiles para descontaminarnos de la cerrazón ideológica en el diálogo multicultural.



[1] Didier Eribon, Michel Foucault, trad. Thomas Kauf, edit. Anagrama, Barcelona, 1992,  p. 52.
[2] Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, trad. Fernando Álvarez-Uría, Ediciones de la Piqueta,  Madrid, 1994,  p.  8.
[3] Ibid., p.  11.
[4] Michel Foucault, Discurso y verdad en la antigua Grecia, trad. Ángel Gabilondo y Fernando Fuentes Megías, Paidós, Barcelona, 2004, p. 36.
[5] Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, trad. Fernando Álvarez-Uría, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1994, p. 99.
[6] Ibid., p.  79.
[7] Ibid., p. 101.
[8] S. Kierkegaard, "Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates", en Escritos,I, traducción de Darío González y Begoña Sáez Taja Fuerce, Trotta, Madrid, 2000, p. 113 y 157.
[9] Michel Foucault, Discurso y verdad en la antigua Grecia, trad. Ángel Gabilondo y Fernando Fuentes Megías, Paidós, Barcelona, 2004, p. 37. También es interesante observar que en la página  61 de su libro Hermenéutica del Sujeto, Foucault entiende a la retórica como “el inventario y el análisis a través de los cuales se puede actuar sobre los otros mediante el discurso”.
[10] Ibid., p.  48.
[11] Ibid., p. 39 y ss
[12] Ibid., p. 44.
[13] Ibid., p. 43. Por cierto es justo señalar aquí, que aunque la parresía se distingue en la forma de la ironía socrática (según la pinta Kierkegaard), como ya mostramos, también es verdad que en contenido, en forma, ambas buscan la autenticidad del individuo.
[14] Ibid. p. 46.
[15] Ibid., p. 54.
[16] Ibid., p. 111-112.
[17] Ibid., p. 119 – 120.
[18] Ibid, p. 126.
[19] Ibid., p. 132.
[20] Ibid., p. 133.
[21] Ibidem.
[22] Ibid., p.  135-136.
[23] Ibid., p. 144.
[24] En Hermenéutica del Sujeto, Foucault señala que la ascesis es saber del sujeto con cuatro condiciones: 1)desplazamiento del sujeto; 2) valoración de las cosas a partir de su realidad en el interior del cosmos; 3)posibilidad para el sujeto de contemplarse a sí mismo; y 4)transfiguración del modo de ser del sujeto a través del saber. Así  pues, la ascesis tiene como función constituir al sujeto en sujeto de verdad, es decir en establecer una unión lo más sólida posible entre el sujeto y la verdad (p. 93 y 97).
[25]Michel Foucault, Discurso y verdad en la antigua Grecia, trad. Ángel Gabilondo y Fernando Fuentes Megías, Paidós, Barcelona, 2004, p. 183-186.
[26] Ibid., p. 186-191.
[27] Ibid., p. 191-202.
[28] Ibid., p. 203.
[29] No obstante para Foucault la presencia del maestro en las prácticas parresíasticas en realidad no es negativa, sino positiva y necesaria, al menos en un principio; tampoco provoca la pasividad, sino más bien la interacción y, se puede inferir, que da las condiciones de posibilidad de la autonomía del alumno, como lo denotan los ejercicios de formación durante la juventud: 1)el ejercicio del ejemplo de los grandes hombres y la tradición; 2)el ejercicio de la capacitación (transmisión de saberes, comportamientos y principios); 3) El ejercicio del desasosiego, de ponerse al descubierto en la enseñanza socrática y que en realidad no es distinta de la parresía socrática de la que Foucault nos habló, excepto porque el discípulo no es un parresiastés, sino que lo requiere. Esto se ve claramente cuando habla del rol del maestro respecto al cuidado de sí: “No existe preocupación por uno mismo sin la presencia de un maestro, pero lo que define la posición del maestro es que aquello de lo que él se ocupa es precisamente el cuidado que pueda tener sobre sí mismo aquel a quien él sirve de guía. El maestro es quien se cuida del cuidado del sujeto respecto a sí mismo y quien encuentra en el amor que tiene por su discípulo la posibilidad de ocuparse del cuidado que el discípulo tiene de sí mismo. Al amar de forma desinteresada al joven discípulo, el maestro es el principio y modelo del cuidado de uno mismo que el joven debe tener de sí en tanto que sujeto” (Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, trad. Fernando Álvarez-Uría, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1994, p. 49).
[30] Michel Foucault, Discurso y verdad en la antigua Grecia, trad. Ángel Gabilondo y Fernando Fuentes Megías, Paidós, Barcelona, 2004, p, 207.
[31]  Michel Foucault, Hermenéutica del Sujeto, trad. Fernando Álvarez-Uría, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1994, p. 51 y 53.  Parece que Foucault  el sentido que le da a la palabra de “divino” es el de valioso más que el de una presencia divina.
[32]Ibid., p. 51.
[33] Ibid., p.46-48.
[34] Ibid., p. 54 y 57.
[35] Por cierto, Foucault no está en contra de la idea de que haya una naturaleza operando en la subjetividad. Acepta su presencia, pero acotada en su justo medida. Así, aunque la subjetividad históricamente es creada, algo tiene de natural y según Foucault define una de las formas más fundamentales de la experiencia espiritual (el de una mirada sobre el mundo). Siguiendo a Séneca en las Cuestiones Naturales dice “el saber de la naturaleza es liberador en la medida en que nos permite no tanto desviarnos de nosotros mismos, akejar nuestra mirada de lo que somos, sino por el contrario afinar más aún esa mirada y adoptar continuamente sobre nosotros mismos un determinado punto de vista” (ibid., p. 84 y ss).
[36] Ibidp. 36-37
[37] Ibid. p.  34-35, 46 y 77-78.
[38] Ibid., p. 49.
[39] Ibid., p.50.
[40] Ibid., p. 52.
[41] Para Foucault la psicagogia es la transmisión de una verdad que busca modificar el modo de ser del sujeto. En la Antigüedad, la pedagogía y la psicagogia eran mucho más parecidas, ya que el maestro era quien formulaba la verdad y sobre é mismo recaían sus obligaciones y esto constituía la paideia. La relación de enseñanza era muy directiva. La escisión entre ambas se dio con el Cristianismo, cuando éste propuso desvincularlas para que el sujeto mismo pudiera hacerse de una verdad que de suyo modificaría  el ser de quien lo adquiriera, supuestamente era menos directiva la relación pedagógica de parte del maestro (p.  101-103).
[42] Ibid., p. 101.
[43] Ibidem.
[44] Ibidem.
[45] Ibid., p. 41-42.
[46] Ibid., p. 61.  Cabe señalar la siguiente reflexión respecto a esta postura foucaultiana hacia la filosofía que podría ser contradictoria con su proyecto emancipador respecto a todas las formas de violencia. ¿Acaso no es que el concepto de ignorancia y de estulticia que considerados son como una mala salud del alma que debe ser superada, no encierran quizá ya una discriminación epistemológica que además supone un concepto particular de sabio e ignorante que indica el valor de la persona por el grado de conocimiento y capacidad crítica que tiene uno en función de tal concepto particular?
[47] La epístrofe era la liberación a través de la reminiscencia y que los filósofos estóicos convirtieron en conversión (metanoia) en los siglos I y II, es decir en la liberación de lo que no podemos controlar (Ibid., p. 75-76).
[48] Ibid., p. 65 – 73.

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