Mito y Política: los mitos políticos


Primera parte sobre una reflexión filosófica en torno a los mitos de la Independencia y la Revolución.

Popularmente los mitos están asociados a las culturas antiguas. Si decidiéramos ubicarlos  en México, el común de la gente pensaría en Mesoamérica, en la época prehispánica y sus dioses. Sin embargo, eso sería injusto, ya que estos tuvieron continuidad en la Colonia y el México Independiente. Debemos de reconocer que hubo un sincretismo entre las religiones indígenas y el catolicismo.
Philippe Walter señala que ya el cristianismo medieval –del cual es heredero el español- elaboró una mitología a su interior a partir de la memoria de marcos mitológicos precristianos (supersticiones, tradiciones, leyendas que aparecerían en la Biblia) y romanos. Walter no es el único en hacer tal tipo de análisis, Robert Graves y Raphael Patai, tienen un estudio sobre los mitos hebreos dentro del Génesis; los consideran historias dramáticas que forman un estatuto sagrado, sea para autorizar o para alterar la continuidad de instituciones antiguas, costumbres, ritos y creencias en el área en que ocurren.[1] Durante el cristianismo tales historias desplazaron a las griegas. Siguiendo a Walter, he de decir que esto no significa que el cristianismo se reduzca a una mitología, sino que, en la Edad Media, se presentó como una mitología cristianizada, en tanto que la catolicidad no surgió en un vacío, y por ende, tuvo que realizar un sincretismo: “Esta religión de importación debió inscribir su doctrina y sus conmemoraciones en el calendario pagano anterior a ella, como un medio de asimilarlo mejor. Para lograrlo debió entablar una auténtica negociación religiosa en virtud de la cual se hizo difícil distinguir la parte correspondiente a la ortodoxia cristiana y la parte procedente de las tradiciones apócrifas”.[2]
Ahora bien,  en el ámbito teológico, lo anterior no niega la existencia ni validez de la Revelación. De hecho,  un vehículo de transmisión de ésta  puede ser el pensamiento mítico. A los teólogos les corresponde dilucidar cuales de esos relatos son auténticos y cómo se deben interpretar. Walter no pretende negar el cristianismo, sino observar cómo elementos míticos se incorporaron históricamente a la cristiandad.
Lo que tal estudioso francés señala respecto a la instauración del cristianismo en Europa, aplica también a América. Fechas importantes, como el día de muertos, se incorporaron al calendario cristiano; el carnaval xhita de los otomíes fue tornado en un carnaval cristiano, etc.
Por otro lado, los conquistadores mismos traían una mitología fantasiosa que los llevaba a buscar El Dorado, la Fuente de la Juventud y a las Amazonas en nuestro continente. Pero además, surgieron mitos propios del sincretismo, como el de la Llorona, el Cristo Negro, el del Callejón del Beso, etc. Éstos se asociaron con leyendas y con relatos religiosos. Durante el México independiente muchas de esas narraciones perduraban y surgieron nuevas historias, muchas de ellas relativas al surgimiento de la nación.
 Justo por lo anterior, sin temor a equivocarme, he de afirmar que los mitos  siguen vivos -de manera renovada- en el siglo XXI, a doscientos años de la Independencia y  a cien de la Revolución, y que paradójicamente, ambos movimientos (la Independencia y la Revolución) han sido mitificados. Nuestros mitos no sólo son religiosos, también son políticos, el Estado los funda, y los funda “religiosamente”. Por eso, decía Ernst Cassirer: “Tal vez el carácter más importante, y el más alarmante, que ofrece este desarrollo del pensamiento político moderno sea la aparición de un nuevo poder: el poder del pensamiento mítico”.[3]

Los mitos políticos


La mitología es una pieza clave de la praxis política, y aunque nuestra Patria es joven respecto a otros Estados Nacionales, como España, Francia o Inglaterra, no es tan nueva como para carecer de una vasta tradición mítica (habría que ver si tal carencia es posible en alguna nación).  Pero, ¿en qué consiste esta tradición? Rápidamente se puede contestar: en el culto de los santos del Estado, los héroes; en la adoración misma de la raza, su historia (a través de momentos claves y símbolos) e instituciones, y me atrevería a añadir la satanización de sus villanos y enemigos. Por supuesto que ese culto se realiza con ceremonias cívicas, homenajes y festejos. Para su realización se requiere de la narración y repetición de ciertos relatos significativos para el Estado. Tales relatos son transmitidos por los libros de texto, spots publicitarios, discursos y estudios historiográficos oficiales y el propio rumor que se comparte de boca en boca. En estricto sentido lógico, esos son los mitos políticos, sin embargo, como ya dije, el culto forma parte de su tradición; es un componente  complementario existencial que también los caracteriza. La relación entre mito y culto es estrecha.[4]
Trataré de demostrar esta lectura que doy del fenómeno de los mitos estatales a partir de las ideas sobre el mito propuestas por el filósofo de la cultura Ernst Cassirer, las cuales, me parece, constituyen un marco teórico adecuado para esta investigación, en tanto  que les asigna un rol político a los mitos dentro del cosmos humano. Reforzaré varias de esas ideas con ciertos estudios que han hecho Ludolfo Paramio y Paul Ricoeur, sobre la ideología y haré énfasis en su conexión con el pensamiento mítico. Luego estudiaré  las implicaciones particulares respecto al caso mexicano que mitifica a la Independencia y a la Revolución, apoyándome en algunas ideas del carácter mítico de los eventos independentista y revolucionario que propone el historiador Enrique Krauze, apoyadas y enriquecidas por otros análisis historiográficos, como el de Villoro. Sin mayores preámbulos doy paso a tal problematización.
  Cassirer parte de que el mito no sólo implica relatos fantásticos y tradicionales de carácter religioso. Éste no es una estructura irracional, sino es discurso analizable,    se puede entender como “cadenas de silogismos” que, aunque no son reducible a las formas lógicas de pensamiento,  no deja por ello de ser racional, con un contenido que tiene por virtud y por defecto un trasfondo emotivo.[5]  El mito se manifiesta racional y lingüísticamente, pero de una manera sui generis.
Para Cassirer, el mito y el lenguaje no son exactamente iguales. Es decir, a través del lenguaje narramos mitos, pero el lenguaje siempre es lógico y el mito, caprichoso e incoherente. Tal contraste se explica, según tal filósofo alemán, por la propia polisemia y polionimia del lenguaje, el cual, por cierto, es fuente de los mitos. Sin embargo, dicha explicación no se limita a postular una equivocidad y multivocidad en la comunicación humana,  más bien apunta a que este par  –y de paso el mito-  existe debido a la analogicidad, siempre presente, pero de manera inconsciente. En palabras de Cassirer sería así:
El lenguaje humano es metafórico en su esencia misma, está lleno de símiles y analogías. La mente primitiva es incapaz de comprender estos símiles en un sentido meramente metafórico. Toma estos símiles por realidades, y piensa y actúa de acuerdo con este principio. Esta interpretación literal de los nombres metafóricos fue la que condujo, desde las primeras formas elementales del culto de los antepasados, desde la adoración de seres humanos, hasta la adoración de plantas y animales, y finalmente de grandes fuerzas de la naturaleza.[6]
Lo dicho anteriormente, aunque parece que sólo aplica para hombres del pasado o que viven en el “atraso”, en realidad implica que el mito es inevitable en el pensamiento humano mientras exista la metaforicidad del lenguaje:[7]
[…]hoy tenemos nuestra mitología como la hubo en tiempos de Homero, con la diferencia que actualmente no reparamos en ella, porque vivimos en su propia sombra y porque todos retrocedemos ante la meridiana luz de la verdad. Mitología, en el más alto sentido de la palabra, significa el poder que el lenguaje ejerce sobre el pensamiento [como si en los nombres estuviera la esencia de los seres, como si fuera un realismo ingenuo], y esto es un hecho efectivo en todas las esferas posibles de la actividad mental.[8]
Los mitos, entonces, en su fundamento no son meras aberraciones lingüísticas o lógicas y ya. Ellos mismos son símbolos, es decir, “fuerzas que crean y establecen su propio mundo significativo”.[9] Los mitos más que una experiencia, son una forma en la experiencia que proyecta  en ella un halo mágico.[10] Ese halo está asociado fenomenológica y teóricamente a religión y a la psicología. Por eso, Cassirer aborda esos dos caminos es estudio del mito. El primero lo desarrolla en Mito y Lenguaje, el segundo en El Mito del Estado. Una hilación de ambos aparece en el tomo II de la Filosofía de las Formas Simbólicas. Por lo tanto, también tomaré elementos conceptuales de esta obra, para exponer ambas líneas de estudio del pensamiento mítico.
La religión, de acuerdo con Cassirer, es paradójica ya que no basta con la sola razón para abordar los misterios de la fe, ni tampoco basta con la pura fe sin razón para comprender la relación con lo divino. Contiene antinomias teóricas y contradicciones éticas. Promete una comunión con la naturaleza, los hombres, los poderes sobrenaturales y los dioses mismos; pero, su efecto es el contrario: genera disensión, lucha, la verdad absoluta que defiende se ve contrastada con los errores y las herejías que constituyen su historia, lanza un mundo trascendente que al final es muy humano.[11]
            Esta aseveración de Cassirer está en el plano de la praxis, y muestra cómo la revelación tiene en la historia de las religiones un matiz humano inevitable, pero en ningún modo niega en el plano teológico la validez de la Revelación. Tan es así que el enfoque de Cassirer respecto a dicho asunto, aunque no lo parezca, no es ateo, ni anti-teológico, es más bien “trascendental”, y lo es por una necesidad metodológica que él señala: “El problema aparece en una nueva perspectiva tan pronto como nos resolvemos a cambiar nuestro punto de vista; una filosofía de la cultura no debe plantear la misma cuestión que un sistema metafísico o teológico. No nos compete investigar en la materia misma sino en la forma de la imaginación mítica y del pensamiento religioso”.[12]
Los contenidos de las religiones pueden ser muy variados, incluso sus ideales éticos pueden ser distintos, “sin embargo, nada de esto afecta a la forma específica del sentimiento religioso y a la unidad interna de su pensamiento. Los símbolos cambian incesantemente, pero el principio que se halla en su base, la actividad simbólica como tal, permanece la misma: una est religio in rituum varietate”.[13]
Esos símbolos son los mitos.[14] Ellos, no son teóricos, su lógica es incomensurable, pero la filosofía se empeña en darle un sentido a la función mitopoyética. Para ello, los mitos son entendidos como ficciones y estudiados con un método doble: objetivo y subjetivo.[15] La religión nos aproxima a esa objetividad, la psicología a esa subjetividad. Ambos métodos tienen su punto de contacto en las creencias.
El método objetivo muestra que los objetos míticos son definidos por la percepción: “Si el mito no percibiera el mundo de un modo diferente no podría juzgarlo o interpretarlo en su manera específica”.[16] En Antropología Filosófica, señala Cassirer que el mito no percibe características objetivas, sino caracteres fisiognómicos[17]. Vaya las cosas están determinadas pos sus leyes se ven como poderes o fuerzas, pero empapados de cualidades emotivas que no se pueden separa de las cosas mismas.[18] Parafraseando a  Dewey señala que las cosas son dolorosa, bellas, grotescas, perturbadoras, confortables, etc., y lo son de modo inmediato.[19]  Este doble carácter cualitativo (fisiognómico-emotivo) es de suma importancia metodológica, ya que,
            Si queremos, por lo tanto, explicarnos el modo de la percepción y de la imaginación míticas no debemos comenzar con una crítica de ambas hecha desde el punto de vista de nuestros ideales teóricos de conocimiento y de verdad sino acoger las cualidades de la experiencia mítica en su “inmediato carácter cualitativo”. Lo que necesitamos no es una explicación de meros pensamientos o creencias sino una interpretación de la vida mítica. El mito no constituye un sistema de credos dogmáticos. Consiste, mucho más, en acciones que en meras imágenes o representaciones.[20]
Esta percepción mítica, entonces va muy de la mano de su vivencia. Ya en la percepción hay tal vivencia. La vía religiosa y la vía psicológica son ambas necesarias para explicar bien la conciencia y los objetos míticos. Pero más aún, la percepción mítica no es pasiva, también es activa, genera acciones. Por eso, dice este filósofo de la cultura: “no es la naturaleza sino la sociedad el verdadero modelo del mito. Todos sus motivos fundamentales son proyecciones de la vida social del hombre mediante las cuales la naturaleza se convierte en imagen del mundo social; refleja sus rasgos fundamentales, su organización y arquitectura, sus divisiones y subdivisiones”.[21]  
El mito no sólo es representación y percepción, también es acción. Tal tesis pragmática fue sacada de Durkheim y llevada a la Antropología por Levi-Bruhl; a su vez, fue llevada a la filosofía por Cassirer y articulada en su sistema.
Ahora bien, concentrémonos en la vía religiosa y su objeto, tal y cómo  los abordó en Mito y Lenguaje y en la Filosofía de las Formas Simbólicas (ambos anteriores a Antropología Filosófica). Cassirer se basó en la manera en que Usener estudió a los dioses. Pareciera que en las divinidades hay una clave para comprender al pensamiento mítico. Entonces señala que  el estudio tanto del sentido filológico-lingüístico del  nombre del dios importa, como importa el del origen histórico de dicho dios, pues éste se vuelve una especie de ley.[22] 
Lo anterior, remite a un problema epistemológico respecto al origen de los conceptos. La Lógica tradicional supone que la abstracción de un concepto se da a partir de la observación y comparación de las características de varios objetos, quedándose con las propiedades comunes (dadas en objetos similares), filtrando así sus notas esenciales. El problema es que esa visión supone que dichas características ya están definidas, y para ellos se requiere de la formulación lingüística previamente. Según Cassirer, más bien hay una acción de síntesis antes quede análisis. Luego, por medio de un proceso discursivo, el objeto es singularizado y determinado, pero éste no se queda estático, sino que se vuelve dinámico frente a la percepción, de modo que muestra a la existencia como un analogon que está en relación siempre con otra cosa. Es una ley de metamorfosis. En la denotación de los conceptos no sólo se agregan las notas observadas en el objeto, sino otras notas puestas por el sujeto mediante intuiciones espontáneas, inconscientes que separan una impresión de la totalidad de las experiencias, la intensifica y la condensan con la forma de un dios. Luego, la denominación se identifica con una actividad, con una finalidad; los mitos reflejan el obrar humano antes que las características objetivas de las cosas.[23]
En consecuencia, el mito no sólo se explica epistemológicamente, sino que se encuentra en la raíz de toda epistemología, de todo conocimiento. El mito es la matriz común de las formas simbólicas (arte, religión, lenguaje, ciencia): “La conciencia teórica, práctica y estética, el mundo del lenguaje y el de la moral, las formas fundamentales de la comunidad y del Estado… se vinculan originariamente con las concepciones mítico-religiosas”.[24] Esta matriz sacraliza a la Palabra, es medio de expresión divina y fuerza creadora, identifica a lo designado con la palabra misma, la palabra se vuelve mágica, adquiere una voluntad y una autonomía que la convierte en ser y fuerza sustancial.[25]Igualmente, sabe Cassirer que el pensamiento mítico no se reduce a los dioses personales. También se pueden entender como algo  desprovisto de atributos, una generalidad,  una unidad de lo divino en el mundo. Así se da, por ejemplo, el misticismo, como resultado de una lucha de comprensión en la experiencia interior de lo divino sin particularizarlo en un nombre o una imagen.[26] Sin embargo, el mito, no es epistemológicamente una mera experiencia religiosa incomprensible e inefable; es fundamentalmente una experiencia de la realidad: “El mito se atiene exclusivamente a la presencia de su objeto, a la intensidad con que en un determinado instante impresiona a la conciencia y se apodera de ella”.[27] Ese instante no lo extiende más allá de sí mismo; es decir,  su objetividad no se puede confrontar con el pasado, el futuro o algo  no dado.[28] No distingue entre el objeto representado y de la percepción real, ni por ende del sujeto, no hay una división clara entre la imagen y la cosa, y por ello no se diferencia el objeto de los deseos del sujeto, en franca conexión con el ámbito onírico, el cual nutre al mito.[29] Eso es lo que le permite a Cassirer darle un abordaje psicológico. Pero también resalta su peculiaridad epistémica:“[…]esta indiferenciación de todos los diversos grados de objetivación distinguidos a través del pensamiento empírico y del entendimiento crítico la tenemos que tener siempre presente si queremos entender desde dentro los contenidos de la conciencia mítica, en lugar de reflexionar sobre ellos desde fuera”.[30]  Vaya, los mitos simbólicamente son valiosos más por lo que ocultan que por lo que muestran en sus claves sígnicas, pero de tal manera que un signo no representa a la cosa, es la cosa misma.[31]El mito se vuelve real, como reales son los ritos que lo acompañan. La conciencia mítica es una amalgama de realidades dadas en sus símbolos; es una conciencia que contempla causas, pero de manera sui géneris, haciendo uso de la imaginación de manera polisintética: sin disociar los factores objetivos de los subjetivos de la percepción.[32] De tal manera el principio de causalidad se convierte en un principio teleológico en el que las fuerzas de la naturaleza revelan voluntades divinas o demoniacas.[33] De la supuesta manipulación de tales fuerzas volitivas deriva la magia y la conexión de ésta con el mito.  Ambos poseen una visión cósico-sustancial de la causalidad, que ve a las cosas como cosas originarias.[34]Ahora bien lo cósico está disperso en el mundo, pero se concentra en algunas personalidades dotadas poderosamente: el mago, el sacerdote, el cacique, el guerrero.[35] De ellos se puede desprender algo de esa fuerza y transmitirse, y explicar así los encantamientos que tales personajes pueden realizar. Tal facultad de separación es denominada “emanismo”.[36]
En síntesis, podría decirse que el pensamiento mítico se caracteriza por su modalidad, la cual se caracteriza por realizar una concreción de todas las cosas que capta, fusionándolas entre sí.[37] Genera una ley de participación.[38] Ésta se combina con su forma de abordar la causalidad. La forma del mito, la cual no es racionalizable, de cualquier manera es accesible a través del sentimiento vital que le da origen y que nos lleva a ver en la consciencia mítica una forma de intuición y de vida.[39]
En cuanto intuición, el mito estructura al espacio, el tiempo y hasta el número -como esquemas- en torno a las ideas de lo profano (región regularmente accesible) y lo sagrado (región privilegiada, separada, protegida). Esta última categoría, es decir, lo sagrado “[…] aparece al mismo tiempo como lo lejano y lo cercano, lo digno de confianza y protector, pero al mismo tiempo inaccesible, como mysterium tremendum y como misterium fascinosum”.[40]
 Retomemos brevemente lo que dice Cassirer de los esquemas epistemológicos del mito: espacio, tiempo, número. El espacio mitológico, se caracteriza por esa dicotomía y por tornarse estructural, es decir, que los objetos que localiza reflejan una unión con la estructura del todo; además, también orienta los lugares de su geografía  en función de una analogía con la percepción de la posición del cuerpo (adelante, atrás, arriba, abajo, etc.), confiriéndoles un carácter sacro y originario, por un lado, y una delimitación específica en el espacio humano del “templo”. Esto se traduce en las dos propiedades de la sensibilidad espacial mítica: a) la cualificación y particularización de la parte, y b) en la sistematización (de la forma de vida mitológica).[41] El tiempo, en cambio, penetra en la esencia del mito, pues éste entraña una perspectiva temporal respecto a la totalidad del mundo.[42] Cuando un “contenido” es colocad en una distancia cronológica que remite a un pasado remoto, profundo, cobra el carácter de sagrado, se justifica como tal.[43] Pero ese pasado remoto, es una especie de tiempo universal, es decir, una especie de momento que contiene la eternidad, ya que ahí el comienzo es como el final y el final es como el comienzo.[44]Así pues, dos motivos básicos hay en el tiempo mitológico: la creación y el destino.[45] El número, en cambio, une lo heterogéneo en la unidad del concepto.[46]Es tanto universal como concreto en la conciencia mítica. Consecuentemente le da una dimensión santificante, mágica a las cantidades, como se puede observar en los pitagóricos o en la Alquimia.
En cuanto forma de vida, el mito conducirá al otro sendero fenomenológico de su abordaje. Vaya, el mito es una forma de vida, y en ella se descubre la realidad subjetiva. Parte de la categoría de “alma”, la cual es una entidad más entre el cúmulo de entes que se encuentran en la conciencia mítica. Sin embargo, todos los entes, se encuentran bajo el influjo mismo del pensamiento y del deseo, tornándose así en agentes omnipotentes.[47]Además, el sentimiento vital (el de la vida) se muestra como uno de fases, es decir: que manifiesta a la vida como algo interrumpido por cesuras determinadas con claridad, por puntos y períodos críticos, los cuales, también dividen la unidad del yo.[48] Carece de un carácter cósico, es incognoscible, pero a su vez es el sustrato del conocimiento, dado que en él, todas las cosas pueden considerarse como apariencias.[49] Pero, el yo, aunque se ha vuelto inasible e intangible no pierde del todo su unicidad, la cual es realzada por carácter moral, por su necesidad de decidir correctamente y es reforzada por la guía ética que regularmente le da un espíritu tutelar, que jamás logra desplazar al propio yo.[50]
El descubrimiento del yo, va de la mano con el descubrimiento de la comunidad, porque la comunidad es un yo y muchos otros yos, es la interacción del yo-tú que se representa y fundamenta en la creencia de los antepasados, su culto, el auténtico origen.[51] La propia sociabilidad de los estados-nación está míticamente dada ya que:
¿qué es una nación o qué la hace ser una nación? Indiscutiblemente que no es la mera coexistencia espacial de un mayor o menor número individuos físicamente semejantes, sino la comunidad de conciencia que hay entre ellos. Esta comunidad tiene sólo su expresión inmediata en la lengua común, pero ¿dónde habríamos de hallar esta comunidad misma o su fundamento si no es en una cosmovisión común y, a su vez, dónde habría de estar ésta implicada y dada originalmente para la nación si no es en su mitología? Consiguientemente, parece imposible que una nación ya existente llegue luego a una mitología, ya sea por invención de individuos de la nación o bien por creación instintiva común. Esto también es imposible, porque es inconcebible que un pueblo exista sin mitología [...] la conciencia mítico-religiosa no resulta simplemente del estado fáctico de la forma social, sino que es una de las condiciones de la estructura social, uno de los factores más importantes del sentimiento y de la vida en comunidad. El mito mismo es una de esas síntesis espirituales que hacen posible un vínculo entre el “yo” y el “tú”, que establecen una determinada unidad y una determinada oposición, relación de comunión y una relación de tensión entre individuo y comunidad.[52]
Es curioso que llegue también a la misma conclusión Paxti Lanceros en su libro: Política-mente y lo explique con mayor claridad. Este pensador español sostiene que en la política, siempre hay imágenes del mundo, ya que la imaginación misma es trascendental y propone las condiciones de la experiencia de cualquier concepción cultural, es decir instituye un orden, generan criterios normativos, entornos sistematizados.[53] Tales entornos también narran la médula del orden:
Habitualmente la leyenda humana, las leyendas humanas (es preciso, entiendo mantener el plural), proponen una narración del comienzo. Y el comienzo entiéndase, como principio o  como origen, sólo nos es dado en la imaginación, por la imaginación y para la imaginación. La investigación sea histórica, sea filológica o sea filosófica, nos confronta, cuando buscamos el origen, siempre con lo ya originado.[54]
El mito está en estrecho contacto con la imaginación, constituye esas leyendas humanas de las que habla Paxti Lanceros y participa de la institución de la sociedad, generada en la imaginación. Así pues:
Tras cada institución, tras cada transformación, vendrán construcciones lógicas e ideológicas que harán obligatorio y necesario lo que en el principio y desde el principio se propuso como imaginado.
Hay que entender los conceptos de principio y origen en su sentido más ambicioso, que no alude a la pura cronología. Se trata de principio y origen lógicos, o más bien, prelógicos. Auguran e inaguran el lógos, pre-cediéndolo y pro-poniéndolo.
En ese sentido, el imaginario, persistente, está a la base y es el fundamento de toda futura transformación, de toda futura sociedad. O, simplemente, de todo futuro. Ya que el futuro sólo a la imaginación se entrega.[55]
Tal origen social, -esto lo decimos ya siguiendo de nuevo a Cassirer- es un origen total del hombre, por ello también se puede identificar el origen con la Madre Tierra, con cierto grupo animal o vegetal (totemismo), al punto en que la realidad natural se expresa en el lenguaje de la realidad-social humana y viceversa.[56] También se puede establecer alguna relación entre el yo y algunos elementos del mundo técnico, como instrumentos y utensilios, y por supuesto, que se establece una relación entre el yo y los dioses o un dios monoteísta a través del culto, mediante  ofrendas, sacrificios, es decir, ritos que tienen una función en la vida psíquica.
Así que, por el lado de la psicología, el mito no sólo se entiende como el descubrimiento del yo y el sentimiento de la vida, sino también  es una “energía unitaria del espíritu”[57] que se traduce en vivencias psicológicas –claramente manifiestas, asociadas  y afianzadas en los ritos, dado que éstos (los ritos) son manifestaciones motrices de la vida psíquica- que no descansan en un estado de ánimo meramente especulativo, sino que están entregadas a un maremágnum emocional, a una vida de emociones.[58]
Las emociones son  fisiológicas, corpóreas, concretas, se articulan en actividades rituales que dramatizan y en mitos que narran épicamente la vida religiosa.[59] Y a partir de Freud, los mitos se encuentran ya no sólo en los antiguos primitivos, sino también en la intricada dialéctica de la neurosis, de una voluntad, de un inconsciente ambos ligados a un fundamento dado en el instinto sexual, creencia que, según Cassirer, el psicoanalista austriaco obtuvo de la influencia de Schopenhauer en su texto El Mundo como voluntad y representación.[60] Y aunque esa visión,  les daba un carácter patológico, también reconocía su presencia en los hombres civilizados y contemporáneos, rebasando, además,  el mero campo de la religión;[61] en consecuencia: “El mito estaba profundamente arraigado en la naturaleza humana; se fundaba en un instinto fundamental e irresistible […]”.[62]
Si bien sería arriesgado asumir el pansexualismo freudiano para explicar el sentido de los mitos, podemos reconocer la universalización de estos en la vida psíquica como un acierto generado por la teoría psicoanalítica, que nos deja abiertos a la pregunta por su función en la vida del hombre. Cassirer da su propia respuesta. Sin ingenuidad señala que los temas de los mitos pueden ser infinitos, pero con valentía comenta que sus motivos siempre son los mismos,[63] ya que ellos son expresiones simbólicas de emociones que objetivan a la experiencia sensorial y al sentimiento: pasan de la  percepción individual al establecimiento de una clase (un nombre general) mediante la expresión lingüística:[64] “El mito es una objetivación de la experiencia social del hombre,  no de experiencia individual”.[65] Tal objetivación, tal acto simbólico tiene un doble poder de ligar y desligar las emociones más intensas del hombre, siendo las más difícil de encarar la que desata el fenómeno mismo de la muerte.[66]Por  tal razón, asevera Cassirer: “Pero en el mito el hombre empieza a aprender un arte nuevo y extraño: el arte de expresar, lo cual significa organizar sus instintos más hondamente arraigados, sus esperanzas y temores”.[67]  
He ahí la función del mito, según Cassirer. Ahora bien, ¿qué relación guarda con el Estado? Que el Estado es un agente manipulador de mitos, en todos los sentidos; es decir, el Estado  busca operar, manejar los mitos que en la sociedad se generan, ya que si dicha institución tiene que ver con la conducción de la vida social y ésta última se objetiva a través de los mitos, de facto, el Estado tiene una relación inevitable y estrecha con la mitología. Una comunidad que se reconoce como tal se justifica con expresiones simbólicas que crean “templos”, héroes, villanos, momento grandiosos y trágicos de cariz místico, genera una metafísica de su historia (futurismo, preterismo, instantaneísmo) en relación a esos momentos y hace también una metafísica de su propia identidad (a través de la sublimación de la raza, del ensalzamiento del Estado).[68] La sociedad se explica a sí misma como si fuera un gran sujeto que se descubre en sus mitos, en su origen, fases y destino. Así pues, los esquemas de espacio, tiempo y número (de la vía religiosa), y la emotividad (de la vía psicológica) de la conciencia mítica se reflejan en los relatos del Estado.
Luego, lo que siguió en la Alemania y de su época y a los Estados Nacionales del Siglo XX,  fue la instrumentación de mitos políticos para su justificación y dirección (que no quiere decir que eso no se hiciera ya desde antes de Hegel). A estas alturas de la reflexión el uso de los mitos en la política se antoja como una consecuencia necesaria. Sin embargo, para Cassirer cobra un matiz alarmante, dado que los mitos políticos no siempre operan igual, ni tienen la misma fuerza; en épocas de estabilidad, están sumergidos en las tinieblas, reinando un ambiente de racionalidad.[69] Su intensidad aumenta cuando crece un peligro, ya que justamente los mitos sirven para encarar emocionalmente tales cosas:
En todas aquellas tareas que no requieren esfuerzos especiales y excepcionales, o un valor y resistencia excepcionales, la magia y la mitología no aparecen. Pero siempre que hay una empresa peligrosa y de resultados inciertos, surge una magia elaborada y una mitología conectada con ella.
Esta descripción del papel de la magia y la mitología en la sociedad primitiva se aplica no menos a las fases muy adelantadas de la vida política del hombre. En situaciones desesperadas, el hombre recurre siempre a medidas desesperadas –y nuestros mitos políticos contemporáneos han sido estas medidas desesperadas. Si la razón nos falla, queda siempre una última ratio, queda el poder de lo milagroso y misterioso.
[…]El anhelo de caudillaje aparece tan sólo cuando un deseo colectivo ha alcanzado una fuerza abrumadora, y por otra parte, se ha desvanecido toda esperanza de cumplir este deseo por la vía ordinaria y normal. En estos tiempos, el deseo no sólo se siente hondamente, sino que se personifica. Se ofrece ante los ojos de los hombres bajo una forma concreta, plástica e individual. La intensidad del deseo colectivo encarna en el caudillo. Se declara que los vínculos sociales anteriores –la ley, la justicia, las constituciones-carecen de todo valor. Lo único que queda es el poder místico y la autoridad del caudillo; y la autoridad del caudillo es la suprema ley.[70]
Más aún en el caso de México, el caudillaje tiene una clara razón de ser. Cuenta Krauze, siguiendo a Paz, que en México con el hundimiento del régimen español, surgieron grandes caudillos, herederos del arquetipo hispano-árabe  blandiendo una cimitarra o bien de un caballero medieval, pero con un halo religioso que los hace llegar a lo sagrado, y seguramente reforzado por la herencia del culto al tlatoani, dirigente político que era una encarnación divina, a quien difícilmente se podía ver a los ojos. Esta veneración se transfirió a los conquistadores,  encomenderos, caciques, virreyes y hacendados. Un tlatoani era incluso dueño de su súbdito, y con la conquista espiritual esto también se transmitió a los sacerdotes. Había pues sobre la pirámide indígena sobrepuesta una imagen cristiana e imperial española.[71]Eso explicó entonces el éxito del liderazgo de insurgentes-sacerdotes en el proceso de Independencia.
 Entonces,  el caudillo –siendo cura o no- es ese santo milagroso, que en vez de instaurar religiones, efectúa revoluciones. Los mitos encarnan en la política, suceden en la Historia, la fundan, le dan sentido, la terminan. Son estructuras de pensamiento, que se manifiestan narrativamente, que tienen la función psicológica de lidiar con las emociones que comparten las colectividades, apareciendo con ímpetu en épocas de crisis. En México se han gestado a través de sus caudillos, los relatos en torno a ellos y las instituciones con las que se enfrentan. Tales mitos no son silvestres y descarriados, pues, aunque en buena parte se deben al imaginario y a la producción colectiva y anónima, también
                Son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos y habilidosos. Le ha tocado al siglo XX, nuestra gran época técnica, desarrollar una nueva técnica del mito. Como consecuencia de ello, los mitos pueden ser manufacturados en el mismo sentido y según los mismos métodos que cualquier otra arma moderna, igual que ametralladoras y cañones. Esto es una cosa nueva y una cosa de importancia decisiva. Ha mudado la forma entera de nuestra vida social. [72]
Los mitos políticos son relatos que intentan ser controlados por los nuevos bardos del juego del poder, que crean y destruyen a los caudillos,  que inventan épocas o eventos gloriosos o apocalípticos, según sus intereses. Pero también son autónomos, aunque se les quiera dominar, cobran una dinámica propia, tienen un cauce, como un río, que no siempre puede ser dirigido. Uno de esos mitos es el de la Revolución de Independencia de México, otro el de la Revolución Mexicana. Ambos son momentos de nuestro tiempo mítico que marcan un quiebre, una instauración que vincula al origen con el destino.
Dice Cassirer que “No existe fenómeno natural ni de la vida humana que no sea capaz de interpretación mítica y que no reclame semejante interpretación”.[73] No me parece exagerada tal aseveración, ya que el mito tiene un componente de “creación artística”, de hecho está emparentado con la poesía. [74] En ese sentido, podríamos decir que la plasticidad del mito es tremenda, y puede mitificar cualquier tema.  Pero también está emparentado con la ciencia en tanto que el mito implica la creencia en la realidad de su objeto.[75] Hay mitos cuyo relato de eventos pasados se muestran a todas luces falsos. Al darles ese estatus, pierden su fuerza: “Sin la creencia en la realidad de su objeto el mito perdería su base”.[76] Justo por eso es que hay mitos que se vuelven hoy más verosímiles a nuestra mirada contemporánea, y por ende, son más poderosos, ya que remiten a  sucesos reales que fueron retocados por la conciencia mítica y mostramos mayor disposición a aceptarlos, como por ejemplo, la guerra de Troya. De este segundo tipo pretenden ser los mitos del Estado. Bien dice José Antonio Crespo: “La historia oficial, también llamada “historia de bronce”, busca por un lado crear imágenes ejemplares de los héroes nacionales, que emulen la devoción por la patria hasta el sacrificio personal, y desarrolle virtudes cívicas de elevada inspiración. Estos valores buscan la preservación y exaltación de la nación y su soporte ideológico: el nacionalismo”.[77]
Ese tipo de relatos, según Crespo, son necesarios para la salud patriótica de cualquier nación, pero que esto sucede a costa de la verdad histórica, porque se ocultan o minimizan los vicios y los yerros de sus participantes.[78] Implican el retocamiento mítico del que apenas hablamos. La historia es una mezcla de verdades y falsedades, ya que como dice Crespo citando a Nably: “Nunca habrá historia instructiva sin arengas”.[79]
Ahora bien, ¿aceptaríamos que nuestros relatos históricos algo tienen de mítico?  ¿Algo de verdadero y algo de falso? Creemos en la realidad de la Independencia y la Revolución, la narramos a partir de lo que nos cuentan  los libros de texto, los historiadores y aún así (y por eso mismo) la mitologizamos situándolas en medio de la poesía y la historiografía, como diría Cassirer.

Este estudio continúa en Mito e historia.



[2] Philippe Walter, Mitología Cristiana. Fiestas, ritos y mitos de la Edad Media, trad. de Alcira Bixio, Paidós, Buenos  Aires, 2004, p. 14.
[3] Ernst Cassirer,  El Mito del Estado, FCE,  trad. Eduardo Nicol, segunda edición, México, 1993, p. 7.
[4] Tal vez no todos los mitos políticos tienen un rito, una adoración estandarizada; pero todos ellos, para ser mitos, son narrados y repetidos con mayor o menor frecuencia. En ese sentido hay un cultivo del mito, aunque no pueda haber un culto determinado.
[5] Ibid., p. 19.
[6] Ibid., p. 30.
[7] La metáfora es lo que une ante todo al mito y al lenguaje como formas simbólicas. Hay dos tesis sobre la relación mito-lenguaje. Para unos,  el surgimiento del lenguaje requiere  del mito, como una actividad ordenadora que recreara el mundo en una imagen propia a partir del caos dado por las percepciones. Para otros, pues el lenguaje precede al mito para que éste pueda existir. Pero tanto el mito como el lenguaje proceden de un mismo impulso de formación simbólica que tiene como punto de partida la experiencia sensorial y su rebasamiento. Este punto de partida nos lleva a los conceptos, los cuales son ampliados en su comprehensión por los mitos, gracias a la analogía metafórica, una que hace que además el género y la especie puedan coincidir en el individuo (el todo en la parte). Pero la metáfora en el caso del mito no es una mera figura retórica, sino una identificación. En el lenguaje no sólo opera el mito, también opera la lógica y de hecho predomina ésta última. Cfr. Ernst Cassirer, Mito y Lenguaje, Nueva Visión, trad. Carmen Balzer, Argentina, s/f, capítulo El poder de la metáfora.
[8] Ernst Cassirer, Mito y Lenguaje, Nueva Visión, trad. Carmen Balzer, Argentina, s/f, p. 11.
[9] Ibid., p. 14.
[10] Cfr. Ernst Cassirer, Mito y Lenguaje, Nueva Visión, trad. Carmen Balzer, Argentina, s/f, p. 15.
[11] Ernst, Cassirer, Antropología filosófica, FCE, trad. Eugenio Imáz, México, 1965, p. 113-114.
[12] Ibid., p. 114.
[13] Ibid., p. 115.
[14] La relación mito-religión es muy estrecha para Cassirer, en la página 135, nos dice: “no hay diferencia radical entre el pensamiento mítico y el religioso; los dos se originan en el mismo fenómeno fundamental de la vida humana. En el desarrollo de la cultura no podemos fijar el punto donde cesa el mito y comienza la religión. En el curso de su historia la religión permanece indisolublemente conectada e impregnada con elementos míticos”.
[15] Ibid.p. 115- 116.
[16] Ibid., p. 119.
[17] Ibid., p. 119.
[18] Ibid., p. 119.
[19] Ibid., p. 120.
[20] Ibid., p. 123.
[21] Ibid., 123.
[22]Cfr. Ernst Cassirer, Mito y Lenguaje, Nueva Visión, trad. Carmen Balzer, Argentina, s/f, p.  p. 23-29.
[23] Ibid., p. 31-51. Ya en el tomo 2 de la Filosofía de las Formas simbólicas, Cassirer también señala que el mito, implica una consciencia, es una forma de pensamiento, además de un relato.
[24] Ibid., p. 53.
[25] Ibid., p. 53-70.
[26] Ibid., p. 82
[27] Ernst Cassirer, Filosofía de las Formas Simbólicas II, trad. Armando Morones,  2ª edición, Mexico, 1998, p.59.
[28] Ibid., p. 59.
[29] Ibid., p. 60. Incluso llega a decir Cassirer: “Y así como no hay una distinción rígida entre sueño y vigilia, para el pensamiento mítico tampoco hay una separación tajante entre la esfera de la vida y la muerte” (p. 60-61). He ahí donde se juntan la religión y la psicología.
[30] Ibid. p. 62.
[31] Ibid., p. 63.
[32] Ibid., p. 72.
[33] Ibid., p. 76.
[34] Ibid., p. 81.
[35] Ibid., p. 85.
[36] Ibid., p. 87.
[37] Ibid. p. 92-93.
[38] Ibid., p. 94.
[39] IBid., p. 100.
[40] Ibid., p. 111.
[41] Ibid., p. 127.
[42] IBid., p. 140-141.
[43] Ibid., p. 141-142.
[44] Ibid., p. 143.
[45] Ibid., p. 154.
[46] Ibid., p. 181.
[47] Ibid., p. 199-200. No sé si la omnipotencia que le atribuye Cassirer a los entes sea exagerada, pero al menos si hay una potencia, que aunque limitada, les da un carácter distinto al de la experiencia no-mítica.
[48] Ibid., p. 208.
[49] Ibid., p. 218.
[50] Ibid., p. 210 y 212.
[51] Ibid., p. 221.
[52] Ibid., p. 222, 223.
[53]  Paxti Lanceros, Política mente: de la revolución a la globalización, Anthropos,  Barcelona, 2005, p. 23
[54] Ibid., p. 27.
[55] Ibidem.
[56]  Ernst Cassirer, Filosofía de las Formas Simbólicas II, trad. Armando Morones,  2ª edición, Mexico, 1998, p. 239.
[57] Ibid. p. 289.
[58]  Ernst Cassirer,  El Mito del Estado, FCE,  trad. Eduardo Nicol, segunda edición, México, 1993, p. 32.
[59] Ibid., p. 33 y ss.
[60] Ibid., p. 43.
[61] Ibid., p. 38.
[62] Ibid., p.41.
[63] Ibid., p. 48.
[64] Ibid., p. 55 y ss.
[65] Ibid., p. 60.
[66] Ibid., p. 59.
[67] Ibid., p. 61.
[68] Según Cassirer, quien influyó llevar con fuerza la estrecha entre la historia, la idea de una nación hegemónica y la religión -  forma simbólica ligada a los mitos-  en la teoría política fue  Hegel.
[69] Ibid., p. 328 y ss.
[70] Ibid. p. 329-330, 331.
[71] Enrique Krauze,  Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 18.
[72] Ernst Cassirer,  El Mito del Estado, FCE,  trad. Eduardo Nicol, segunda edición, México, 1993, p.  p. 333.
[73] Ernst, Cassirer,  Antropología Filosófica, FCE, trad. Eugenio Imaz, México, 1965, p. 114.
[74] Ibid., p. 117. Aquí Cassirer está siguiendo a Prescott en el punto en el que dice que el mito ha emergido de la poesía y que el poeta tiene una mente mitopoyética.
[75] Ibid., p. 118.
[76] Ibid., p. 118.
[77] José Antonio Crespo, Contra la Historia Oficial, Edit. De Bolsillo, México, 2010, p. 11-12.
[78] Ibid., p. 12.
[79] Ibidem.



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