La filosofía del mito de Cristóbal Acevedo
Muchos retos y
problemas tiene la filosofía ante el nuevo siglo: el medio ambiente, la
inteligencia artificial, la bioética, el diálogo intercultural, las formas de
racionalidad, la posmodernidad, la globalización y las siempre presentes
preguntas humanas sobre la muerte, el sentido de la existencia, la
felicidad, etcétera. Ahora bien, en
México existe el reto de leer y dialogar con nuestros compatriotas y no
limitarnos a la simple repetición de los europeos y estadounidenses[1].
Bajo dicho postulado, hemos querido rescatar el pensamiento de Cristóbal
Acevedo Martínez, un filósofo defeño nacido en 1937 que ha consagrado buena
parte de su vida al estudio del mito en un ambiente dominado por el boom de la
filosofía analítica, el marxismo y la nunca ausente filosofía cristiana. Éste
pensador ha desarrollado sus labores docente, investigadora y hasta
administrativa en universidades particulares[2],
ha escrito dos libros sobre dicho tema y publicado varios artículos al
respecto. Posiblemente sea el filósofo
mexicano –ya en un programa radiofónico así fue considerado- que más ha tratado
el fenómeno mítico, incluso más que y la gente del Centro Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias de la UNAM[3].
Estamos, pues, sin duda, frente a un
pionero que ha reflexionado sobre un tema antes ignoto, y ahora de moda,
al menos, en ciertos círculos nacionales y extranjeros.
Sin
más preámbulo, analicemos su pensamiento.
Desde
una base hermenéutica, Cristóbal Acevedo se ha interesado por la racionalidad
del mito. Entiende que el conocimiento
es interpretación y por ende un proceso
de identidad frente al mundo[4].
Los diversos modos de interpretación[5]
-como el ético y el artístico-, pueden ser considerados formas de conocimiento[6],
pero no porque reduzca sus ámbitos al mero conocer, sino porque reconoce en
ellos un operar cognoscitivo (inseparable del lenguaje[7],
la comprensión[8], la intencionalidad[9]
y la simbolización) oscilando entre la univocidad y la multivocidad de
sentidos, los cuales a su vez siempre están en relación con un referente mental
o real[10].
Así pues, formas de conocimiento hay tantas como interpretaciones culturales que dan cuenta de
la realidad, aunque admite Acevedo que las formas de conocimiento más
consistentes –siguiendo la línea de Scheller, Apel, Habermas y la escuela de
Frankfurt- son: la mítica, la religiosa,
la ética, la estética y la científica[11].
Lo esencial al conocimiento no es la relación sujeto-objeto positivistamente
esbozada, sino hermenéuticamente, o sea, cuando la historia, la sociedad y el
lenguaje intervienen en el proceso de
autoconstitución del hombre[12],
mostrando de paso la dimensión práctica (ética, política) del conocimiento[13].
Centrándose
en la forma mítica, este pensador asume su racionalidad y la apuntala en su
vínculo con el logos, ya que ambos términos originariamente significaron
“palabra” y “antes pues de cualquier
acontecimiento histórico que haya versado sobre esa relación [mito-logos], el
problema nos viene dado por los significados de los términos”[14].
Las palabras en general ocultan para revelar[15]
y, etimológicamente, el mito hace énfasis en dicho aspecto si ponemos atención
a su raíz indoeuropea, ya que “[...]trata
de introducir en lo recogido y reservado”[16].
Mito y logos existen en el mismo nivel de racionalidad, son homólogos de
origen. Ahora bien, el mito, en cuanto palabra, determina el pensar y la
constitución del mundo para el sujeto[17]; nace en y desde un dinámico contexto vital,
sépase: la vida del habla, el discurrir de la vida; y cuando hace tradición,
adquiere el estatuto de “mítico”[18],
pero lejos de ser monolíticamente estable, está abierto a la transformación de
sus significados, en los cuales, se plantea cosmovisionalmente toda la
problemática humana[19]
acumulando y no sólo repitiendo sentidos[20]. Consecuentemente, la forma del mito es
dialogal, dinámica. En cuanto dialogal Acevedo cree que ella es opuesta a lo
escrito[21]. El dinamismo del mito no fija un solo
sentido, sino más bien aparece como una
formulación de la unión entre contrarios, pero tal unión lejos de mostrar
homogéneamente contenidos (significaciones) opuestos a priori, muestra una
ruptura a posteriori con la fijeza de la univocidad [22].
Vaya, los símbolos opuestos en una
sociedad, en otra no necesariamente se vinculan así. Pero el mito no sólo es dinámico, también es
polimórfico, ya que está presente en muchas manifestaciones culturales e
incluso hasta en otras formas de conocimiento, como el arte o la ciencia[23].
Pero de acuerdo con Acevedo el mito es una forma de la razón que además de conjugarse con otras, también
es su raíz. Tal raigambre contiene en su
estructura a las categorías del espacio y tiempo, concebidas
como sagrada, la primera, y
originaria, la segunda. Mas no lo hace de la manera arbitraria de Eliade donde
se vuelven un a priori con un significado invariable. Por el contrario, espacio y tiempo son así (sagrado y
originario) debido a un nivel anterior de gestación que consiste en la dialéctica
fuerza-cosa[24]. Ciertamente que Acevedo
no ahonda en las profundidades de dicha tesis; y si esa dialéctica en alguno de
sus elementos es innata o es artificial, tampoco lo aclara del todo, aunque
sugiere que a través del símbolo, tal operar tiene un nexo con el mundo de
sentido[25] pues el símbolo es un ámbito trascendental[26]
cuya mecánica está en el pensamiento
mismo y, en el conocer de éste, realiza una antropomorfización de las fuerzas
captadas por el hombre a través de lo que la percepción y, en general, el resto
de las operaciones cognoscitivas[27]
-en combinación con la propia carga cultural- muestran como más lleno de
fuerza, de energías, tanto de la naturaleza (sol, luna, tormenta), como del
hombre (héroes, reyes) y en una acción
sui geneis condensa la disparidad de sus manifestaciones fenomenológicas para
enrarecerlas en la expresión de un discurso[28]. En otras palabras, si la fertilidad es
observada en un sinnúmero de entidades, ella será mitificada a través de la
palabra. Así pues, el hombre coordinada, ordenada, hegemoniza las fuerzas – y
en este sentido las vuelve poderes- mediante la designación de un nombre y /o
relatando, hablando
“caprichosamente” sobre su
trayecto (porque, además, así es la estructura libre de la conciencia humana) [29]. Por ende, el objeto intencional, el sentimiento
vital de la forma mítica entiende al mundo como un juego de fuerzas[30],
donde la proyección histórico-evolutiva de lo narrado muestra el dinamismo de
las energías aprehendidas por medio de relatos y es experimentada por la
conciencia en su vivencia cultural del mito [31]. Relatar ya es interpretar y se interpreta
sólo entre sujetos libres[32]. Así pues,
la forma mítica es también una acción de la conciencia y no sólo un
elemento estructural.
Ahora
bien, en un segundo plano –y sin
desvincularse del primero- para Acevedo, los mitos son narraciones
tradicionales y “una narración persigue
las influencias que ejerce una energía. La fortaleza, por ejemplo, está lo
mismo en el hombre que en los animales; en el rayo, en el agua. Y esta diversa
presencia es la que queda plasmada en la narración”[33].
Hay un vínculo de correspondencia entre el modo de conocimiento mítico y sus
productos (los mitos). En consecuencia,
“de la misma construcción metafórica, por secuencial, nace la estructura
narrativa, conversacional, coloquial, dialógica”[34].
Más aún, de alguna manera, el alma
(poseedora de dicha racionalidad) expresa en los mitos sus potencias en pugna:
razón, deseo, ánimo, valor, coraje[35].
Ahora bien, tales narraciones no pueden ser entendidas aisladamente, sino en el
sistema de relatos que ellas conforman. He ahí una manera de ver la realidad,
una dimensión sapiencial que cohesiona una sociedad, le da identidad y ad intra
da cuenta del mundo[36]. Ahí, “la narración rastrea y arrastra los
secretos sagrados de los pueblos y con sus narraciones también arremete el
futuro”[37]. Se acoraza con artesanías, ritos,
instituciones, comportamientos, costumbres[38].
Y aunque los mitos unifican a los
hombres y su racionalidad es universal[39],
el lenguaje de esas narraciones es local y cultural[40].
De la estructura narrativa de los mitos cabe mencionar que no es normada (pero lo pudiera ser en alguna
cultura), ni tan elaborada como la que establece la teorización de la creación
literaria –aunque en ocasiones se pueden presentar literariamente-, mas,
generalmente, es laxa, sencilla y conversacional, abierta para ser modificada
mediante el diálogo. Los mitos son productos sociales, y a sus creaciones, no
sería prudente verlas bajo la óptica de hipostizaciones, animaciones o
personificaciones como si fuesen dolosamente planeadas por los mitógrafos o narradores a la manera de escritores
haciendo cuentos. Lo que hay son categorizaciones abstraídas en un colectivo
esfuerzo interpretativo sobre el mundo que representa la realidad en haces de fuerza antropomorfizados[41].
Que el funcionar del mito sea explicado
como metáfora, analogía, alegoría,
parábola, signo o símbolo[42]
es válido dado que el lenguaje tiene una dimensión metafórica,[43],
pero los mitos son producciones anómimas y colectivas que rebasan a los creadores
individuales, pero sin negar la particularidad de éstos. Nuevamente, las narraciones míticas en
sintonía con su forma de conocimiento muestran la realidad como un juego entre
contrariedades y es que la antropomorfización que hace, muestra que la
contradicción es una faceta del hombre, pero no porque anule a la lógica y la
ciencia, sino porque revela la complejidad de la naturaleza humana (bestia y
creador, constructor- destructor, etcétera)[44].
Y no corresponde a los mitos por si solos dilucidar sobre la causa de sus
contradicciones, al menos no al estilo científico porque éste demanda
demostraciones. En cambio, el mito resuelve sus paradojas0 existencialmente, es
decir, con el interés proyectado hacia la explicación y asunción de fines y en esto coincide con la filosofía[45].
Entonces, es el hombre quien de manera unitaria debe generar una conciencia
crítica del mundo combinando sus diversos modos de conocimiento y así
interpretar sus narraciones míticas[46]:
“Pero no puede haber plena
conciencia y proceso de identidad, sino constituyendo el mundo. Es decir, si no
se tiene conciencia de la propia cosmovisión, como contrapuesta a un saber
analítico (científico) del mundo o de las cosas del mundo. Este saber situarse
en el mundo, como cosmovisión y como identificación del hombre, es el conocer
pleno del hombre”[47].
Acevedo
se rebela contra la visión reduccionista de que todo conocimiento es
demostrativo[48] y señala que la ciencia
construye la realidad desde su objeto de estudio, vaya, no puede reflejar la
realidad tal cual es, ni tampoco es capaz de responder a todas las
interrogantes del destino del hombre[49]. Lo que los mitos proponen, puede ser
criticado científicamente; pero lo que
la racionalidad mítica hace, no puede ser sustituido por la ciencia, ya que:
“[...]trae a la conciencia,
hace conexiones, descubre la razón y sinrazón de la vida; propicia la
poetización e la realidad; anuda fuerzas y establece equilibrios, armoniza a
cada ser con el todo o con todos, etc [...]. El mito apunta sólo a relaciones
trascendentes, las trae a la conciencia para que se desarrollen por la ciencia,
por la poesía, por la pragmática de cada quien o de cada pueblo. Y realizando
tal proceso, es el mismo mito el que vuelve a unir esas respuestas, que son
poderes para la vida y la acción. La captación mítica, precisamente como
conocimiento, es también la posibilidad de todo dinamismo humano. Que lo digan
las utopías” ”[50].
Nuestro
pensador, vislumbra en el mito el rol de fundamento y culminación sintetizadora
del conocimiento. Sin el dinamismo humano, no hay cabida para el hombre, ni sus
conocimientos. En este nivel siempre existe el mito como punto de arranque; mas
igualmente se convierte en el punto de llegada, pues él mismo es la síntesis de
nuestros diversos saberes, incluso hasta de aquellos que afirman la extinción
del mito, pues semejante aniquilación ya, de suyo, es mítica.
Aquí
surge el problema de que el mito también
puede ser visto como el modelo de salvación del hombre. Si esta forma de
conocimiento implica síntesis de lo diverso, al mismo tiempo que apertura y acumulación, puede volverse el
paradigma del resto de las formas de conocimiento, pues, si pensáramos
míticamente en el Derecho, la Ética, la Religión y cuantas otras formas
queramos, entonces los problemas de la
humanidad se resolverían.
Sin
embargo, reconocer que se necesita integrar críticamente nuestros saberes
producidos desde diversos modos de conocer,
supone que no todos los hombres interpretamos igual los mitos a pesar de
que compartamos la racionalidad mítica. Aunque tal forma de conocimiento implique apertura a los sentidos, no
garantiza ninguna actitud ética de apertura a la alteridad, a pesar de que
nuestro autor quiere hallar en el mito un vehículo para romper con la violencia
estabilizadora de algunos discursos unívocos proyectados en el plano ético. No
obstante, tal intento está destinado al fracaso porque la complejidad del
hombre es mayor. Para Acevedo cada forma de conocimiento tiene su validez y no
puede suplantar a otra. Consecuentemente, el sentido ético del bien es tan
originario como el del mito; no pueden reducirse el uno al otro, aunque se
combinen[51]. El sentido del mito es exclusivamente el del
devenir, aunque el devenir sólo encuentra sentido en el mito (en cuanto
narración). De ahí podemos inferir que
en las narraciones míticas, no sólo interviene la forma mítica, sino también
otras formas de conocimiento, que al conjugarse son resemantizadas, como
finalmente acepta Acevedo[52].
Finalmente
nuestro autor, aborda la importancia de los mitos. Asevera que es mayúscula en
el hombre latinoamericano, ya que conforma un espíritu y forma de pensar
(especialmente entre los indígenas, junto con sus ritos, costumbres y
religión), pero también se ha convertido en un instrumento de dominación dado que los relatos míticos y otro símbolos
generan creencias y determinan conductas[53]. Reconstruirlos, reinterpretarlos, se torna
políticamente imprescindible, pensando en un proceso de liberación de la propia
razón[54].
Razón es poder y el hombre ordena el mundo con principios que a su vez se
vuelven poderes en los órdenes político, religioso y sapiencial. Los mitos
hacen de sus fuerzas[55]
principios ordenadores. Pero para la cultura hegemónica, o bien para la
exótica, estos símbolos que no tienen mucho o igual sentido en su horizonte
cultural, se vuelven fetiches[56].
Ahora
bien, la narración de mitos no nos salva, no nos libera automáticamente;
conocerlos, si; y se conocen conociendo la cultura[57].
La cultura, pues, conforma estructuras sapienciales, gesta tradiciones. Las tradiciones son el
producto de una razón aculturada que no sólo pertenece al sujeto, sino también
a la comunidad; en ella se depositan la historia, la memoria de los pueblos, el
saber popular[58], y es éste último, el
vehículo más adecuado para que la razón misma en Latinoamérica se libere de la
dominación cultural, abriéndose a sentidos no sujetos al control de una razón universal, abstracta -y que, en
realidad, desde una particularidad persigue ciertos intereses-, sino más
bien a través de la interpretación de los símbolos –de
raigambre popular- generados por una razón particular netamente reconocida como
tal[59]. Paradigmáticamente la sabiduría popular se
expresa en los mitos[60]
y los símbolos mitoides[61].
El mito es la parte raigal de la cultura, en el nivel de forma de racionalidad,
pero es sólo una parte de la estructura sapiencial de la cultura[62] al nivel de narración tradicional[63].
Por eso, la importancia de su conocimiento, porque yendo más allá del mito,
tomamos conciencia de que somos hombres[64].
Eterno problema en la Historia del hombre que transversalmente atraviesa los senderos
de la Filosofía del nuevo siglo. Actualmente la pregunta por el mito, no es una indagación obsoleta sobre el
pasado, es la pregunta del hombre por el hombre, hoy.
Cobijados
bajo el reto de dialogar con nuestros connacionales, respetuosamente
interpelamos a este mítico mitotero, Cristóbal Acevedo, y lo exhortamos a
explayarse más sobre las excelentes intuiciones de su teoría del mito, pues
justamente en su articulación, es donde guarda silencio. Desde y en contra del
primer Wittgenstein, le diríamos, que hable justamente de aquello que ha
callado[65].
(Si se desea profundizar más en el tema del mito, recomiendo leer el artículo: Mito y política).
[1] Es intención de este trabajo exponer monográficamente a Cristóbal
Acevedo desde su propia estructura (ya lograda) y no como una comparación con
otros filósofos de otras nacionalidades que han hablado sobre el mito.
[2] Específicamente a nivel
universitario ha trabajado en la
Universidad Iberoamericana, la
Universidad del Claustro de Sor Juana,
la Universidad Anahuac, El Centro Cultural Helénico y la Universidad La
Salle.
[3] Podríamos pensar en Mauricio Beuchot como un filósofo altamente vinculado con los estudios
filosóficos del mito en México, ya que que ha asesorado a muchas personas que
estudiandicho fenómeno: Leticia Flores, Alberto Sauret y el propio
Acevedo. Así pues, este último fue
asesorado por Beuchot en su posgrado y se ha apoyado en sus ideas de la
analogía para hablarnos de una crítica de la racionalidad universal desde lo
particular.
[4] Cfr. ACEVEDO, Cristóbal. Mito y
conocimiento. Edit. UIA.
Mëxico, 1993. Pág. 129.
[5] Parece que por modos de interpretación tiene en mente a los
siguientes: el mágico-religioso, científico, jirídica, literaria, mítica,
bíblica, histórica y toda cuanta interpretación cultural surja.
[6] Cfr. ACEVEDO, Cristóbal. “Las formas de conocimiento como problema
hermenéutico” en Gaceta del Claustro de Sor Juana y el Centro Universitario
de Ciencias Humanas. Año 3. Número 4. Mayo, 1990. Pág. 14.
[7] Ahora bien, para Cristóbal Acevedo el lenguaje no sólo es mediador
entre las formas de conocimiento, sino también con la realidad (en cuanto
trasponedor de una cosa por otra: la
palabra) y también es de suyo constructor del hombre porque está en su
intimidad, mienta la fuerza del espíritu, a su discurrir: “La energía que es el
lenguaje, es torrente discursivo” y es
además un constructor inter-subjetivo, por ende “dia-lógico” simbólico
y misterioso en su operar en la materia (Cfr. ACEVEDO, Cristóbal.”Mito y
Mundo de Sentido”. Revista de Filosofía. No. 78. Edit. UIA ,
septiembre-diciembre, 1993. Pág. 426, 432 y 442).
[8] Acevedo define la comprensión es la fuente del sentido, en ella se
incrusta la carga histórica, social, lingüística que abre un horizonte para la
generación de un conocimiento. El sentido, a su vez, es fuente de la que brotan
los contenidos culturales acumulados.
[9] Para Acevedo consiste en una
propiedad ontológica que consiste en la proyección misma del ser humano.
[10] Ibidem. Págs. 16 y 17. Aquí vemos, pues la influencia beuchotiana.
[11] Ibidem. Pág. 17.
[12] Cfr. ACEVEDO, Cristóbal. Mito y
conocimiento. Edit. UIA.
México, 1993. Pág. 267 y 269.
[13] Ibidem. Pág. 272 y 273.
[14] Ibidem. Pág. 39.
[15] Ibid. Pág. 236.
[16] Ibidem. Pág. 148. Mito está emparentado con el verbo indoeuropeo “myo”
, cerrar, ocultar, con el “mutus” latino de callar y con el verbo myeo” (iniciar).
Igualmente el logos es palabra y
también su variante verbal legein implica contar, recoger, cosechar.
[17]
Ibidem. Pág. 105. En Acevedo la palabra
en ocasiones cobra el sentido de lenguaje y son intercambiables ambos términos. Aún en los
casos donde entiende la palabra como un signo con su respectivo significante, también entiende
que es producido por el lenguaje y que éste es discurrir en el hombre.
[18] Ibidem. Pág. 41.
[19] Ibidem. Pág. 77.
[20] Ibidem. Pág. 105.
[21] No
obstante hemos de objetar aquí ante el
hecho de que los mitos también se transmiten gráficamente. Mitología y
escritura no están peleados. Los testimonios de la literatura, los mitógrafos e
historiadores de la Antigüedad permitieron que sus posteriores estudiosos y
algunas importantes instituciones recuperaran ese pasado y lo siguieran
transmitiendo, como hicieron la Escuela
Palatina de Carlomagno, la academia
romana de Pomponio Leto, o la Academia Platónica Florentina , Incluso, aunque
podríamos objetar que esos mitos ya no pertenecían ni a los medievales ni a los renacentistas, podemos observar en las
culturas antiguas que éstas los registraban en obras escritas o incluso hasta
en las paredes de los edificios. Ahora
bien, la diferencia entre mito y mitología para Cristóbal está en que mientras
el primero es una narración, la segunda
es “el mundo ordenado del hombre hecho cultura” (Cfr. “Mito cultura y
hermenéutica”. Revista de Filosofía. No. 89. UIA. Mayo-agosto,
1997. Pág. 222). Es el sistema de los mitos que deriva en la cosmovisión de una
cultura. El mito en Cristóbal Acevedo se
escapa a las definiciones y tiene muchos matices, los cuales son expuestos a lo
largo de la presente ponencia.
[22] Ibidem. Págs. 106 y 109.
[23]
Pensemos el caso de la ciencia, donde para él el mito subsiste en la visión
energetista del mundo, visión compartida por la forma mítica.
[24] Ibidem. Págs. 112-113.
[25] El mundo de sentido es comprensión e interpretación.
[26] Cfr,
ACEVEDO, Cristóbal. .”Mito y Mundo de Sentido”. Revista de Filosofía.
No. 78. Edit. UIA , septiembre-diciembre, 1993. Pág. 437.
[27] Piénsese en la sensación, unificación,
clasificación, abstracción, inducción, deducción, etcétera. (Acevedo., Cristóbal. Mito y Conocimiento.
Pág. 459).
[28] En
concreto podemos decir que la dinámica del mito para Acevedo consta de las
mencionadas condensación y rarefacción de las fuerzas. En este punto no sé si
entiendo bien a Acevedo, pero, parece que la condensación se da cuando se
juntan diversos sentidos en un acto aprehensivo, muchas veces inconsciente,
pero se enrarecen los sentidos cuando se articulan (consciente e
inconscientemente) en un discurso.
[29] Ibidem. Pág. 118 y ss.
[30] Ibidem. Pág. 128
[31] Ibid. Pág. 201. Creemos que sobre este punto también sería interesante
profundizar y no sólo enunciar.
[32] Esto
lo deducimos de que si para Cristóbal un relatar, un hablar ya es producto de
la libertad, según cuenta en Mito y Conocmiento, y que si en “Mito y
mundo e sentido” dice que comprender
es interpretar y la interpretación se da entre seres libres, entonces ya el
relato es producto, lo hablado ya es producto de la comprensión.
[33] Ibidem. Página 121.
[34] Ibidem. Pág. 457.
[35] Cfr, ACEVEDO, Cristóbal. .”Mito y Mundo de
Sentido”. Revista de Filosofía. No. 78. Edit. UIA ,
septiembre-diciembre, 1993. Pág. 443.
[36] Acevedo, Cristóbal. Mito y Conocimiento. Pág. 130 y 135.
[37]
Acevedo, Cristóbal. “Mito, cultura y hermenéutica. Revista de Filosofía.
No. 89. Edit. UIA, mayo-agosto, 1997. Pág. 217.
Claramente los mitos versan sobre el presente, el pasado y el futuro.
[38] Ibidem. Pág. 229.
[39] Es universal en tanto que es compartida por todos.
[40]Acevedo,
Cristóbal. Mito y Conocimiento. .
Pág. 455. esto se reitera cuando afirma que el lenguaje vital de la forma
mítica no se identifica con ella, sino
que se incorpora a su devenir. Luego, este lenguaje tiene un grado de
arbitrariedad en sus construcciones, a pesar de que en todos los hombres el
lenguaje universalmente se comparta.
[41] Ibidem. Pág. 133 y ss
[42] Ibidem. Pág. 20 y 237.
[43]
Ibidem 238. La dimensión metafórica del
mito es explicada de la siguiente manera por Acevedo: “Esto es lo que
caracteriza la metáfora radical que se redescubre en el mito. Pero, como en el
caso del sentido, la trasposición dinamicista que se decubre en el mito no se
puede identificar con otras transposiciones que la mente realiza. No se
puede identificar mito y metaforización. El mito simboliza desde el
enfoque dinamicista de la visión total de la realidad. La simbolización mítica
es total, pero no es el todo de la simbolización (Ibidem. Pág. 427-428). Más adelante aclara que toda metaforización
está en todo proceso sígnico y consiste en la sustitución de una cosa por otra
(Ibidem. Pág. 456). Pero también la dimensión
metafórica es esbozo de una la dialogicidad del hombre, en el sentido de que
nos complementamos en la palabra, en el “dia-logos” y estamos comunicados ya
por ella., metáfora es intersubjetividad, pues metáfora(y no la literaria) y
símbolo son intercambiables en cierto sentido para Acevedo. El símbolo, la dimensión metafórica es un
nexo metafísico.
[44] Ibidem. Pág. 239.
[45] Ibidem. Pág.244.
[46] IBidem. Pág. 242
[47] Ibidem. Pág. 269.
[48] Ibidem: Pág. 249.
[49] Ibidem. Pág. 251 y 265.
[50] Ibidem. Págs. 251 y 252.
[51] Ibidem. Pág. 426.
[52] Cfr,
ACEVEDO, Cristóbal. .”Mito y Mundo de Sentido”. Revista de Filosofía.
No. 78. Edit. UIA , septiembre-diciembre, 1993. Pág. 445.
[53] Cfr.
ACEVEDO, Cristóbal. “Mito, razón y fe”. Revista de Filosofía. No. 79.
Edit. UIA, enero-abril, 1994. Pág. 170, 184 y 186. En este sentido el mito es muy parecido a la
ética y a la religión. Cabe mencionar que la fe para Cristóbal, -producto de la
coincidencia entre mito y religión- más que la creencia en un Alguien, es el
enraizamiento del mundo de sentido, enraizamiento que en el crisitianismo
coincide con la creencia en Dios.
[54] Ibidem. Pág. 190.
[55]
Cinco niveles de fuerza hay en la naturaleza para Cristóbal: físicas,
biológicas, psicológicas, históricas y trascendentes. En su conjunto constituyen el poder de la
realidad. De ellas nos hacemos concientes en los mitos. Las fuerzas son
invisibles, anónimas, impersonales, expansivas, ubicuas, difusas, inmanentes, y
a la vez trascendentes, bienhechoras y / o malhechoras, eficaces,
jerarquizables. Los poderes prácticamente son iguales, sólo que ellos son
personales y no son anónimos. Encarnan en personas e instituciones.Cfr.
Acevedo, Cristóbal “Mito cultura y hermenéutica”. Revista de Filosofía.
No. 89. UIA. Mayo-agosto, 1997.
Pág.225 y 226.
[56] O
sea, desconexiones entre la imagen creativa que expresa los poderes y su poder
real. Cfr. Acevedo, Cristóbal. “Mito cultura y hermenéutica”. Revista de
Filosofía. No. 89. UIA. Mayo-agosto, 1997. Pág. 228.
[57]
Ibidem. Pág. 231. Para Cristóbal Acevedo la cultura es palabra de la
comunidad, es tradición. Cfr. Mito,
poder y cultura. Crítica de la razón particular. Tesis de doctorado. UIA. México, 2002. Pág. 37. Ahora bien, la tesis es discutible
si creemos que el estudiar un mito libera ética y políticamente a nuestras
conciencias, pues es la voluntad de liberación más bien la que nos salva y
puede quizá ser detonada por escuchar un mito en combinación con otros
factores, pero el propio mito escuchado y estudiado, no libera a nadie. Creemos
que Acevedo supone tal voluntad de
liberación cuando se refiere a la salvación por el conocimiento de los
mitos.
[58] Es
concebido siguiendo a Scannone como el alma crítica de la estabilidad y de la
continuidad y de la renovación y revolución de los modos de saber del pueblo.
El saber popular, consecuentemente, se alimenta de los saberes científico,
teológico, político y de las tradiciones, historias, mitos, sueños, leyendas,
utopías. Cfr. Mito, poder y cultura.
Crítica de la razón particular.
Tesis de doctorado. UIA. México, 2002.
Pág. 54 y 139.
[59] Con
esto Acevedo no niega la existencia de aspectos universales en el hombre, sino
la totalización o universalización de un modo de entender al mundo, justificado
bajo la bandera de una razón universal y científica. Así pues, Acevedo apuesta por una mediación
entre lo universal y lo particular como también hace Beuchot, el uno por medio del saber popular, el otro
mediante la analogía. Ahora bien, sería
interesante que Acevedo definiera si el mecanismo de la sabiduría particular es
analógico.
[60] Ibidem.
[61] Esta
idea se la debemos a las observaciones del Mtro. Enrique Aguayo respecto a la
actualidad y vigencia del mito
[62] Los
elementos que constituyen a una cultura y su identidad son : el pueblo, la
lengua, la tierra y su historia (materia, forma espacio y tiempo
respectivamente). Pero a su vez la
cultura cognitivamente haya su origen en la razón (con sus caras de
particularidad y universalidad), sus formas y diversos saberes. Ibidem. Pág.
365.
[63]
Aunque así no formula Acevedo estrictamente este planteamiento, esta es la
única solución para que no caiga en contradicción. Sin embargo, no se trata de
salvarlo por salvarlo, sino que él se mueve en dos planos que rara vez
distingue explícitamente y que convendría hacerlo así. Ibid. Págs.
349 y 140. Como comentario
crítico hemos de expresar que consideramos muy valioso que Acevedo recupera la
discusividad o narratividad del hombre y la vincula con el conocimiento y sus
formas. No obstante, nos deja picados
(valiéndome de esta expresión coloquial) y nunca desarrolla por escrito y con
más aclaraciones los rasgos de su epistemología y de su antropología
estrechamente unidas. El hombre es un animal mítico que interpreta y relata.
[64]
Ibid. Pág. 371. Pero este ir más allá del mito, es ir más allá del relato
específico, para llegar al mito como fundamento raíz y fin del conocimiento.
Sin embargo, esta dimensión profunda del hombre, llamándola mítica o no, nos
muestra un aspecto que había sido poco estudiado cuando surgió como disciplina
moderna la Antropología Filosófica.
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Obviamente este es un recurso retórico que no pretende descalificar al propio
Wittgenstein, ya que éste valoró en realidad lo que se callaba. Sólo que no lo
consideró como posible hacerlo desde la filosofía, según la entendía en el
Tractatus. Ahora bien, tampoco con esto pretendemos descalificar a Acevedo,
sino retarlo a que explicite los puntos oscuros de su teoría, que lo son, quizá
porque no ha escrito sobre ellos. Especialmente vemos un gran valor en sus
postulados, pues estos niegan la debilidad del apriorismo del Círculo de
Eranos. Su concepto de razón mítica, pues tiene que ser fundamentado con mayor
fuerza, me parece.
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